viernes

Con el un, dos, tres, cuatro...

Guisantito y yo nos hemos encontrado un nuevo tipo de ilustración en este libro: la técnica 3D.  Alexis Nesme y Nadia Berkane construyen mediante ordenador a la familia de la Bebé Koala y sus amigos. Todos son entonces redonditos y tienen llamativas sombras que tornan sus relieves más evidentes. Casi parece que puedas tocarlos con los dedos. En las ilustraciones además consigue la perspectiva mediante fondos difuminados, quedando precisos y "tocables" los animalitos de primer plano. Podría parecer una fotografía si no fuese por el estallido de color y los animalitos no fueran tan diferentes a los de pelo y hueso. 

Le he tenido que explicar a Guisantito que Bebé Koala es una niña (¡qué pronto empezamos a hacer distinciones por sexo!). "Mira, lleva un lacito rojo en la cabeza, ¿lo ves? Y también tiene faldita". Después hemos distinguido a cada personaje sin leer el texto. "Éstos deben de ser Papá Koala y Mamá Koala, éste parece un perrito, ¿o quizá sea un hipopótamo?, esto es un pato pequeño, una conejita (tiene una florecita en la oreja) y éste parece un hámster. Ya le he anunciado que cuando sea un poco más mayor (y esté fuera de la panza, claro), le regalaré un bonito hámster, pero que lo elegiré dormilón y simpático, que no muerda, para que lo pueda dormir en el regazo y jugar en el patio con él. (Buena bronca me espera de Papá Guisante por esto, ejem).


Bebé Koala y la orquesta me ha recordado a aquel librito de tela del que os hablé algunos días. Cada personaje de los que acuden a merendar a casa de Bebé Koala imita el sonido de un instrumento musical con lo primero que pilla: un tenedor chocando con un vaso, dos tapaderas de olla, un embudo y el más pequeño, Chimo el Hámster, golpeando un yogur con una cucharilla hasta que... ¡Choff! Os podéis imaginar.

El texto es una monería. Incluye además palabras destacadas en cada página con su correspondiente dibujo para que el niño aprenda vocabulario. Nos ha gustado la etiqueta que viene en las guardas del libro con la carita de Bebé Koala diciendo "Esta Bebé Koala pertenece a..." Si supiéramos el nombre de Guisantito ya estaría puesto con la letra de monja de su padre. 

No dejaremos de decir lo blandito que resulta el libro cuando está cerrado (y lo fácil que debe de ser limpiarlo con un trapo si el Guisantito, inspirado por su historia, decide mancharlo de yogur).

En Bruño encontraréis variados títulos de Bebé Koala. Uno muy práctico y llamativo en su forma es Bebé Koala. Peligros en casa. Este libro realizado en cartoné tiene gruesas páginas redondas, marcadas con pestañas que te llevan fácilmente a descubrir cada peligro: las ollas calientes, las puertas, los enchufes... Muy original, sin duda.


Escrito con Joss Stone de fondo
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Bebé Koala: la orquesta
Alexis Nesme y Nadia Berkane
Beascoa, 2008

miércoles

Porque hay mamás para todos los gustos

Si tuviera que clasificar a mi madre con una etiqueta o dentro de un estereotipo de madre debo afirmar que lo tendría difícil. Ya, me diréis que todas las madres son únicas, que quién no está orgulloso de la suya, etcétera, etcétera. Sí, pero mi madre es única de verdad y es difícil estar más orgullosa que yo de tenerla.

Cada día que pasa descubro nuevas facetas en ella. Quizá sea porque al hacerme yo mayor e ir aprendiendo de la vida puedo escudriñar mejor entre sus comportamientos y reconocer virtudes más complejas que las que intuía de niña.

Abuela Guisante no sólo sabe preparar las mejores tartas de chocolate del mundo y las paellas más apetitosas cuando vuelve del trabajo, siempre está preparada para cada imprevisto, sabe encontrar los mejores regalos del mundo, es capaz de organizar una fiesta ella sola o de pintar los gatos más simpáticos del planeta. Pero es que además, Abuela Guisante es capaz de hacerte sonreír con disparates siempre nuevos y, ante todo, es la mamá más fuerte que jamás he conocido. Su fortaleza ante el desaliento, su humor frente a la tragedia y su ironía ante los conflictos la convierten en toda una supermamá. ¡Y cada día está más guapa!

En el libro Un mundo de mamás, escrito por Marta Gómez e ilustrado por Carla Nazareth, no logro encontrar el tipo de madre donde encajaría Marmota (así la llamo yo y no intentéis adivinar por qué). En este precioso catálogo de madres encontramos mamás dulces, mamás rápidas, mamás guerreras, mamás artistas, mamás cocineras, mamás lectoras... La mía es todo eso y más; es inclasificable. Marmota me enseñó a hacer punto y a pintar, me enseñó que es posible hacer una comida con el frigorífico vacío, me abrió los ojos al sentido del humor disparatado y a estar siempre preparada para lo que pudiera llegar.

Junto con Abuelo Guisante supo equilibrar una educación completa, rica y siempre amena. La verdad es que no sé qué tipo de mamá se propuso ser ella con nosotros, pero hemos de agradecerle cada esfuerzo y cada logro nuestro es sin duda fruto de su ayuda y apoyo.

¿En qué tipo de madre se reconocería ella? Lo ignoro. ¿Qué tipo de madre seré yo? Lo ignoro también. Lo que sí que puedo es elegir a mis mamás favoritas de este libro. Me encanta, por ejemplo, Mamá Bicicleta, con todo listo en su cestita para una emergencia y siempre pedaleando a ritmo de lo que convenga en cada minuto. Echándole imaginación quizá yo sea un poco una mezcla de varias. Me gustaría ser Mamá Picasso y pasar la tarde amaestrando acuarelas mientras el sol declina, me gustaría ser Mamá Mozart, siempre tarareando, me encantará ser un poco Mamá Sirena y convertirme en la reina de los mares los días de verano y piscina, seré sin duda Mamá Caperucita leyéndole a Guisantito cada día un poquito, también un poco Mamá Hada para espantar a los monstruos nocturnos y regar sonrisas, otro poco de Mamá Maga para inventar jarabes que curen lágrimas y heridas y un toque final de Mamá Piano, con una partitura inabarcable de juegos y excursiones.

¿Y vosotros? ¿Qué tipo de mamá habéis tenido? ¿Qué tipo de mamá/papá sois?
Quizá os pueda ayudar a averiguarlo este libro. Sus textos son todo un prodigio de imaginación; salpicados de detalles que os harán abrir la boca de sorpresa, encontraréis en él desde recetas hasta listas de actividades pirata o un práctico mapa del bolso de una mamá (incluye por supuesto tiritas y pañuelos, faltaba más).

Acerca de las ilustraciones lo mejor que puedo hacer es recomendaros su inspección detallada. Son dulces los colores y trazos con los que Carla Nazareth edifica cada ilustración. No encontraréis lo esperable nunca en ellos; si por ejemplo pensáis encontrar un dibujo típico de Mamá Caperucita os sorprenderéis al encontrar  su acogedor rincón de lectura precioso, pero vacío, con libros esperando al momento mágico de la palabra. Las perspectivas y los espacios parecen ser motivo de juego para la inventiva de esta extraordinaria ilustradora; los fondos que envuelven los textos surgen de paredes, cielos, prados, mares y suelos de una manera siempre envolvente y armónica.

No os perdáis este libro. Os anuncio desde aquí que no se trata de un título para leer "del tirón" sino para gozar a ratos sueltos. Ya me contaréis. 





Franco Battiato de fondo ("Yo quiero verte danzar")

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Un mundo de mamás
Marta Gómez y Carla Nazareth
Comanegra, 2009

Miau para dormir


Quien no me conozca bien no sabrá lo que disfruto de las películas para peques. Imaginaos una zanguanga como yo (con casi metro ochenta) en el cine riendo a carcajadas con Ratatouille, por ejemplo (¡como adoro a esa rata!). La última película que disfruté como una enana fue Gru, mi villano favorito. Quizá una de las escenas más divertidas de esta peli sea aquella en que las niñas que adopta el supervillano logran convenverlo para que les narre un cuento a la hora de dormir.

Anaya ha publicado con esmero una preciosa versión de este  librito, Los gatitos dormilones. Si han visto la película lo recordarán perfectamente. Si no han tenido aún la oportunidad, será toda una sorpresa encontrarse con esta maravilla. Es un libro pequeñito, para leer a niños menudos y jugar con los muñequitos que incorpora. Tres preciosos gatitos, suaves y simpatiquísimos, sonríen desde sus telas esperando a que tres deditos interpreten sus papeles durante la lectura. Son tan monos.

Sin duda Guisantito y yo coincidimos en afirmar que este libro gana cuando el lector no tiene vergüenza alguna (como es mi caso). Ya no sólo pongo voces; también hago gestos. ¿Que no sabéis poner cara de gatito bebiendo leche? Bueno, admito que lleva entrenamiento, pero, ¿quién no sabe fingir que es un minino con sueño? Ja, ja, ja.

Las caritas de los gatos, con esos ojos enormes y expectantes, las rimas sonoras pero melodiosas del texto y el juego incorporado de las pequeñas marionetas de dedo hacen de este librito todo un hallazgo. No apto para vergonzosos.

Aquí va la famosa escena (lástima del doblaje).





Música de Lou Barlow (Legendary)

lunes

Y crecieron y crecieron

 Nos encanta Stephen Mackey. Sus figuras aparecen tan delicadamente resueltas, son tan dulces los contornos y tierna su forma de dar color, que sus personajes (monísimos, por otra parte) aparecen ante el lector con un volumen que llama al tacto como una mantita en pleno invierno.

En Miki y las flores de la luna encontramos un lugar inhóspito y frío que es invadido por la magia y la belleza. Miki y sus amigos (¿recordáis que ya os hablé de Pingüino y del bonachón Oso Polar?) se darán de bruces con una sorpresa: la semilla que usaron como sostén de su tendedero dará lugar a una enoooooorme y preciosa planta. Lo que aloja en sus gigantescas ramas tendréis que descubrirlo en esta nueva entrega de las aventuras de Miki. Yo sólo os voy a adelantar que abráis mucho los ojos porque todo parecerá increíble.

Nos gusta buscar detalles en las ilustraciones de Mackey. A Guisantito le divierte encontrar a un oso portando un patinete y a un pingüino con gorro de lana rosa. Cada detalle se convierte en arte en las páginas de este libro publicado por Beascoa.

Sin duda seguiremos el trabajo de este autor quien hemos descubierto que además es profesor de Composición musical en la Universidad de Princeton; ¡es todo un artista!


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Miki y las flores de la luna
Stephen Mackey
Lumen, 2010

Let it snow















Moni Pérez











Música de Ella Fitgerald (Let it snow)

sábado

De mayor seré...

Es divertido. A veces jugamos a adivinar cómo el futuro caerá sobre las cabecitas de nuestros familiares más pequeños. Imaginamos un sobrinito director de cine o una primita economista, un abogado, un diplomático o un profesor. Nada nos puede ayudar a predecir los días venideros salvo la personalidad que ya muestran de pequeños, pero no deja de ser amena la tarea de vislumbrar el futuro para otros.

Si miro atrás sigo sorprendiéndome cómo mis pasos han derivado en mi actual destino. Dudas, caídas, desconciertos y miedos no han faltado, pero me doy por satisfecha al menos en reconocer que en cada estación he ido aprendiendo hasta ser quien ahora soy (sí, claro, con mis múltiples defectos aún por limar). 

El libro de hoy, Yo quiero ser..., cuenta cómo una princesa, sobre la que recaen al parecer muchas expectativas, se plantea su futuro. Ella comprende que algo habrá de pasarle para llegar a ser ese alguien que "supuestamente" ha de llegar a ser, pero no sabe quién es ese alguien ni cómo podrá llegar a serlo. 

El destino habrá de derivar en nuestros propios pasos y quizá alguien pueda ayudarnos en el camino. Los consejos son la mayoría de las veces meros ecos de la verdad y no siempre tiene que ser la nuestra. La princesa del libro, a la que para nada debéis imaginar cursi y vestidita de rosa pues más bien parece un niño gamberro, sólo encontrará orientaciones condicionadas. Una respuesta sola encontrará pura y sincera: sé tú misma.

Cada cual (bebé, princesa, sobrino) encontrará su propio camino. Quién sabe, quizá algo que nosotros digamos tenga sin saberlo algún tipo de consecuencia en sus vidas, pero la alegría de haberse forjado el propio destino pertenece a cada uno.

Podéis imaginar cómo se ha reído Guisantito al ver en una escena el culete de la protagonista. La princesita ha decidido ser valiente y se propone quitar ella misma las arañas de la bañera. Ja, ja, ja, está monísima con su corona y su culete al aire.


Las ilustraciones son realmente monísima y vale la pena detenerse en detalles como los ratoncitos robando comida, el osito de peluche calzado con los tacones de mamá, el menino colgado en el tendedero o el gato a punto de ser maltratado por un ratón.

Buscaremos más libros de Tony Ross. SM ha publicado varios donde esta simpática princesa es protagonista.



Música de fondo: Oh boy, de Miss Li

miércoles

Avanzan los días

Desde no hace mucho podemos encontrar en las librerías dos títulos dedicados a niños escritos por autores de renombre, Mi primer MarioVargas Llosa; Fonchito y la luna y Mi primer Arturo Pérez-Reverte; El pequeño hoplita. Estos libros inauguran una colección de Alfaguara donde participarán otros importantes escritores buceando en la literatura infantil. Y es que los libros para niños están perdiendo por fin ese aura de "segunda categoría" dentro del panorama de la literatura española.

Tusquets también ha sabido rescatar sabiamente a clásicos universales. Esta semana hemos conocido Guisantito y yo dos preciosos libros publicados con exquisita dedicación por esta editorial, El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido, de John Irving, y el título que nos ocupa hoy, La manta de Jane, del dramaturgo Arthur Miller.

Por estas páginas, escritas en 1963, apenas ha pasado el tiempo. Salvo por ciertos detalles en los roles paternos, el relato de Jane y su mantita es totalmente actual. La historia de esta pequeña niña se centra en su dependencia hacia una manta de bebé color de rosa. Su suave tela aparta los miedos de su mente y concilia su sueño. Sin ella Jane llora y llora sin remedio por lo que su madre habrá de dársela cada día y cada noche. Pero los días pasan y la niña crece. El tamaño de la mantita irá, sorprendentemente para ella, menguando. No sólo la proporción entre su cuerpecito y la manta acrecentarán esta declinación, los múltiples lavados y sus continuos bamboleos harán también de las suyas.

Jane pasará de la cuna a la cama y de los brazos de su madre al colegio. Todo irá cambiando y un día olvidará de acudir a su vieja mantita. Al acordarse de ella días después deberá asumir el acercamiento a la madurez, aceptando ciertas pérdidas pero confortándose en la consecución de pequeños logros.

No puedo dejar de nombrar las preciosas ilustraciones a tinta del dibujante Al Parker. Tiernas y llenas de detalles cuentan como único color la presencia rosa de la mantita de Jane, toque que sin duda envuelve a todo el libro con una atmósfera donde el objeto queda como centro de todo interés.

Quien más quien menos todos hemos tenido de niños ciertas dependencias con objetos o rituales que nos consolaban en las noches de fantasmas o en la íntima soledad de los miedos. Como Jane yo acudía de niña a un muñeco con el cuerpo de trapo y la cara de plástico. Su pelo de lana amarilla y su expresión sonriente me acompañaban al menos la primera parte de las noches (solía acabar siempre el sonriente Pufy a más de dos metros de mi cama). No daré demasiados detalles del viaje en que mi hermano descuajeringó su brazo para siempre con la ventanilla del coche, pero sí diré que a pesar del tiempo ese recuerdo sigue llenándome de rabia (grrrrrrrrrrrr).

Hace mucho que Pufy dejó de acompañarme, pero he de confesar que he pasado cerca de dos meses durmiendo abrazada a un precioso oso panda Ikea. Es fácil llegar a conclusiones teniendo en cuenta que este oso nunca cayó al suelo por más vueltas que diera y que sólo ahora que mi panza (además de enorme) late cada poco, he prescindido de él. Cierto es también que ahora duermo con unos cascos con los que Guisantito escucha durante unas horas (hasta el primer pipí de la noche) a Purcell, Prokofiev, Bach o Mahler, pero creo que mi necesidad de abrazar tiene su contento con el hecho de acariciar dulcemente la gran pelota que rodea ya mi ombligo.

Por cierto, ahí va una noticia que conocimos ayer: ¡Guisantito pesa ya un kilo! Va grande el tío.




Banda sonora: My funny Valentine, por Chet Baker

Cuidado con el lobo

Recuerdo con nostalgia el momento en que de niña mis familiares me contaban historias.

Para mi padre, por ejemplo, era todo un placer encontrar el momento de narrarnos cuentos. Lástima que mi recuerdo esté más asociado a los pánicos nocturnos y su voluntad de tranquilizarme en las interminables noches que a las historias en sí.

Mi abuela Pascuala tenía la capacidad de contar una y otra vez el mismo cuento con las mismas palabras. Si lo pensáis bien es algo tremendamente difícil, ¡todo en el mismo orden y con las palabras exactas! No me preguntéis por qué pero a los niños les gusta que el adulto le narre siempre de la misma forma, ¡sin ninguna innovación!, será una forma de hacerlo suyo, de satisfacción al reconocerlo palabra a palabra, qué sé yo.

Todo lo contrario acontecía cuando era mi abuelo José María el que se inventaba el cuento. Sí, digo inventar porque aunque en un principio pareciera tratarse de una historia conocida (Garbancito, los Tres Cerditos...) en el momento más inesperado la acción se escapaba del argumento para reconstruirlo mediante novedades tan disparatadas que me hacían reír (o abrir la boca, no recuerdo). Caperucita al ir al bosque se encontraba con los Tres Cerditos y el viento se los llevaba, una pequeña niña buscaba frutos para la comida y acaba perdida en el bosque... Ja, ja, ja. Era siempre una sorpresa. Yo no sé qué prefería, si el cuento conocido o la invención desconcertante; en realidad siempre era un buen momento para escuchar narraciones, especialmente las horas de siesta que no había forma de dormirse.



El libro de hoy (que ya descubrimos hace unos días gracias a la gentileza de Milimbo) se sale totalmente de nuestra trayectoria lectora. Es un álbum ilustrado sin ninguna palabra impresa. Para alguien que tenga curiosidad por las artes gráficas encontrará en Y recuerda un regalo de precisión y tersura estética. El conocido cuento de Caperucita es recreado aquí con ilustraciones precisas; me ha gustado seguir cada línea con la mirada y dejarme acariciar por sus detalles.

Quizá lo que más sorprende es el uso del espacio en sus páginas. Juanjo G. Oller sitúa a los personajes de una forma invasora a veces, otras como testigos silentes, pero siempre enredándose en nuestra retina con sus líneas siempre evocadoras. La sencillez es sólo apariencia. El negro de una página se convierte en metáfora del acecho de la violencia, el blanco de una ventana en la esperanza de salvarse.

Guisantito no ha llegado a comprender este libro muy bien, pero ha intuido ese algo desconcertante que sus páginas despierta. El formato y la textura del papel ayudan a introducirse en un mundo que nos llena de extrañeza. Quizá valga la pena releer deo introduct nuevo con calma el texto introductorio del libro tras la "lectura" de Y recuerda, esa cita acerca de Caperucita extraída de "El psicoanálisis de los cuentos de hadas".

Guisantito, ¿cumplirás tú la promesa de no apartarte del camino cuando recorras el bosque? Ya, sabemos que las sendas son más aburridas que el campo abierto, pero, ¿no te asusta el lobo siempre al acecho? A mí sí, precioso. Tengo tanto miedo a que te hagan daño...



Real Estate - Basement, 10.18.09 from Duke Chronicle on Vimeo.

Banda sonora: Basement, de Real Estate

martes

A dormir

Cómo es la memoria, oye. Trasteando el libro de hoy, A dormir, conejitos (un libro de tela que ya nos leyó Papá Guisante la semana pasada), se me ha venido un recuerdo pasmoso a la cabeza. De chica yo tuve uno muy parecido; espero que Abuela Guisante lo conserve para sus nietos. Todo él estaba creado con colores pasteles y describía una pequeña orquesta. La rima del texto cuadraba perfectamente con el instrumento que en cada página tocaba y si no recuerdo mal llevaba un botoncito que al presionarlo dejaba sonar una musiquilla. Aquella pila hará años que se agotó y con ella mi recuerdo de la melodía. Lo que hoy sí he conseguido rememorar era cómo brillaba en la oscuridad (especialmente si se acercaba mucho a una luz directa). Era genial aquel librito.

Éste no lleva sonido, pero tendríais que tocarlo para comprender lo mullidito y suave que es. A Guisantito le ha encantado. El protagonista es Tambor quien, acompañado de sus hermanas, cuando llega la hora de dormir se acicala para irse a la cama. Guisantito se ha reído mucho viendo a todos los conejos limpiándose, especialmente se ha carcajeado con la pequeña que se restriega las orejitas. Es muy curioso este niño, siempre se fija en detalles que a los adultos nos pasan inadvertidos. Él ha visto cómo, por ejemplo, un pequeño ratoncillo aparece acompañando a los conejitos. Es monísimo, la verdad, sobre todo cuando se dispone a dormir con sus amigos hecho una bolita.

Para qué voy a engañaros, lo que más me ha emocionado a mí es imaginarme el momento en el que acompañaré a Guisantito a su cuna para que cierre los ojitos y descanse. Es tan hermoso ver a un niño durmiendo. Me encantará darle mimos y cantarle una nana, acunarlo tiernamente mientras sus párpados caen lentos hasta hallar el sueño.

Para quien no conozca los libros de tela éste es una idónea elección. Los dibujitos son encantadores y su textura impedirá que los más diminutos se hagan daño con las páginas. ¡Además sirve de almohada!



Pauline Croze de fondo
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A dormir, conejitos
Kelsey Skea, Lori Tyminski y Valeria Turati
Everest, 2009

domingo

Contando ovejitas


Menuda semana llevamos Guisantito y yo... Entre charlas, resfriados, últimos exámenes, evaluaciones, compras y demás no hemos tenido tiempo de contar qué nos han parecido las lecturas de la semana. Iremos rescatando los libros uno a uno recordando qué nos pareció en su primera "hojeada", aunque será difícil no impregnar nuestras palabras con la impresión de la segunda lectura. 

Comenzaremos hablando de Sueños de lana, un álbum de 40 páginas, escrito e ilustrado por Mercè Sendino. Aunque hace años que no hago bufandas (aprendí de Abuela Guisante el punto derecho y el punto revés) al mirar la portada de este libro se me antojaba delicioso tejer con agujas nuestros sueños como parece sugerir la portada de este libro. Para erigir sueños lanudos las ovejitas primero tendrían que darnos las madejas, después elegiremos el color con el que teñiremos su lana y luego, punto a punto, iremos construyendo el mundo entero.

Susana es la protagonista de esta historia. Sus padres tienen una fábrica de lana y esa es toda una ventaja porque cuenta con material suficiente como para tejer caracoles, vías de tren, escaleras que salvan a princesas, alas de ángel, mares enteros o incluso lunas espectaculares. El mundo soñado por Susana se construye con madejas oníricas, llenas de frescura calentita. Seguro que os gusta visitarlo. 

Nos hemos reído mucho al ver a las ovejitas todas en fila para entregar su lana semanal (ésta creemos que es la más divertida ilustración de todo el álbum, ¡no hay duda! ¡Menuda pinta tienen de pie esperando con sus madejas en la patita!).

A Guisantito le ha encantado la idea de subirse a un ovillo gigante con la forma del planeta. Le he puesto los dientes largos diciéndole que por Navidad he pedido una pelota enooooorme de Pilates para hacer ejercicios de gordita. Jajaja, ¡lo que nos vamos a divertir! 

En la colección Estrella Polar de Ediciones Brosquil podréis encontrar este bonito álbum para que podáis conocer qué sueños teje Susana. 



Y vosotros, ¿con qué tejéis vuestros sueños? Yo estos días bailo despacito con las manos en la panza. Me gusta pensar que Guisantito mira hacia arriba sonriendo, notando mi balanceo. 


Banda sonora: Dinata Dinata, Eleftheria Arvanitaki en directo


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Sueños de lana
Mercè Sendino
Brosquil, 2008

Y su corazón hizo latir al mío

 Hace varias meses ya que siento habitualmente el latido de mi sangre como si fuera a hacer estallar mis arterias. La primera vez corrí a la farmacia y tuve que tranquilizarme al comprobar que tenía la tensión baja y los latidos habituales para una embarazada más nerviosa de la cuenta.

Con el tiempo he preferido darme una explicación más poética. Aunque sepa que para alimentar a mi Guisantito la sangre bombeada por mi corazón ha aumentado hasta en un 50% y que mis pulsaciones también sobrepasan su media, me gusta imaginar que en mi pecho se está haciendo una cunita para él y que ésa es la razón de que sienta latir venas y cartílagos con tanta intensidad. Mi corazón se está preparando para quererlo y siento cómo se expande para hacerle un hueco enorme y tierno.

Me encanta imaginar cómo este tiempo que Guisantito duerme (¡y patalea!) en mi vientre nos forja un vínculo irrompible. Por eso hablamos cuando estamos solos, nos damos mimos (la semana pasada me acariciaba la barrigota en clase sin darme ni cuenta), escuchamos música (a veces la escucha él solo con sus auriculares mientras yo duermo una siestecita) y sentimos el exterior con la alegría y curiosidad de quien vive todo por primera vez (sí, yo lo vuelvo a ver todo de nuevo con ojos vírgenes y a veces la sorpresa viene por no medir el espacio y el tamaño de mi cuerpo y ¡plof!).

Y es que, como anuncia la contraportada del libro de hoy, "el corazón de una madre no es sólo un músculo que late sin parar. Es un lugar mágico donde suceden las cosas más extraordinarias...". Como en las guardas de Corazón de madre, la vida nos ofrece ilusiones ópticas que nos hacen dudar sobre nuestra perspectiva del mundo. Multitud de corazones azules sobre un fondo rojo pueden llevarnos a reflexionar sobre la esencia del color, los límites, la forma, la repetición, la mirada... La percepción ante mi embarazo varía multiplicándose en complejidad e ilusiones. Admito que mi posición ante la llegada de Guisantito siempre ha sido de alegría salvo los momentos en que temía por su salud, pero conforme van pasando los días, se presenta ante mí un futuro cada vez más rico. Guisantito, ¡cuántas cosas vienes a regalarme! Veremos qué tal lidiamos tú y yo con resfriados e insomnios, prenda.

En Corazón de madre Isabel Minhós acierta en descubrir cuáles son las grandes alegrías y los intensos miedos que encogen y agrandan a nuestros corazoncitos de mamá. Los miedos ante los peligros que rodean a nuestro pequeño, la satisfacción de ver cómo descubre por sí mismo el mundo, la tristeza de la lejanía o la euforia del reencuentro son expresados en estas páginas de forma poética.

Las tres tintas que Bernardo Carvalho suma a los textos, aportan una recreación visual intensa y sorprendente. Nos ha encantado la desproporción que hace agigantarse al pecho de mamá (para quererte mejor, Guisantito), los pies de mamá (para llegar a todas partes y protegerte mejor, Guisantito) y la panza de mamá (para darte cobijo, pequeño mío).

Me ha gustado proyectar mi rostro en los rasgos de esta madre sonriente que ve a su hijo crecer. Me hace enormemente feliz planificar juegos en la arena con Guisantito, participar de su primer baño en el mar o reír juntos a carcajadas con las payasadas de Papá Guisante.

Por cierto, hace unas semanas Conchi O. me preguntaba por algún libro con el que pudiera anunciar la llegada de un hermanito. Éste podría servir, aunque sólo su final está dedicado al tema de compartir papás con un nuevo guisante. Se presenta con ternura, pero ignoro si podrá servir a quien pretenda limar los celos ante un futuro hermanito. ¿Alguien se anima a contarnos cómo anunció el nuevo nacimiento?

Música: Postcards from Italy, de Beirut




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Corazón de madre
Isabel Minhós y Bernardo Carvalho
Libros del Zorro Rojo, 2008

miércoles

Está linda la mar

¡Nos encanta!
El famoso poema del nicaragüense Rubén Darío, que muchos leímos por primera vez en libros de texto, se vuelve hoy más sonoro y divertido. Será que mi caja de resonancia ha ganado peso :) o que mi visión de la historia ha ganado en imaginación con los años.

He de pecar de inmodestia, qué le vamos a hacer. Admito que éste es el libro que mejor he leído para Guisantito. Juguetona, casi guasona, imito voces y fraseo como los actores experimentados de teatro. ¿Presumida yo? No, hombre. El texto facilita la labor (tan rítmico, tan cuadrado) y las ilustraciones llenan la voz de colores (y de elefantes monísimos, de dulces azules y brillantes estrellas).

Predomina la claridad en la ilustración de Elena Odriozola. Sus espacios medidos aportan aire a la poesía visual que nace de sus trazos. El perfil de Margarita se convierte, pincelado por la ilustradora, en imagen del verso y captación lograda de la fantasía. Las ilustraciones se me hacen tiernas como pan blanco recién hecho, quizá por los colores pasteles y la armonía nacida entre ellos. Sus texturas, como jersey de angora en invierno, casi pueden acariciarse.

Guisantito ha creído que el animalito que porta Margarita en los dibujos era un peluche, quizá por la forma de agarrarlo. Le he tenido que explicar que yo creía que se trataba de un bicho de verdad, un tití para mayor exactitud. Papá Guisante nos ha ayudado para dar con el nombre del bichillo (no le gustan los animales, pero sabe una barbaridad). Al final me he enredado y le he tenido que prometer a mi pequeño que, ya que no podríamos adoptar un monillo, si alguna vez encuentro un tití de peluche se lo regalaría. Iré con los ojos abiertos en las tiendas de regalos. Si lo hallara, el tití se convertiría en su segundo peluche. El primero quise comprárselo yo y ya ha dormido algunos días pegado a mi barrigota (y no, mamá, no lo he tirado a dos metros de la cama como hacía de cría con mi muñeco Pufy). El peluche es un encantador corderito, taaaaaaan suaaaave y liiiiindo, que quise enlazar su imagen tierna con la visión de mi hijo. No lo pude evitar. Sé que al principio será sólo de adorno, pero me gusta acariciarlo e imaginar qué pensará Guisantito al verlo y qué sentirá cuando sus pequeños deditos se posen en su suave lana.

Es difícil prever qué sentimientos provocará la experiencia de ser madre en el futuro. Lo que puedo afirmar por ahora es que la ilusión es constante y que una gran sonrisa me acompaña cuando leo en voz alta libros como esta preciosa edición de Imaginarium. Espero ayudarle a Guisantito a tener los pies en el suelo, sí, pero con libros como éste ojalá que su imaginación vuele bien alto, hasta las estrellas como mínimo, como hacía la protagonista de esta lectura que no se contentaba con cualquier cosa y fue capaz de cruzar mares y cielos por capturar su sueño.






Acompañamiento musical de Mayra Andrade


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Margarita
Rubén Darío y Elena Odriozola
Imaginarium, 2003

viernes

Tristes pérdidas

Hoy hemos nadado solos. Poco a poco las gorditas se van dando de baja en el curso de natación para embarazadas. El frío tampoco anima a seguir nadando y menos con más de seis meses de embarazo. Hoy estábamos solos Guisantito y yo en nuestro carril para futuras mamis. Tristemente solos. Ha sido el día más frío del otoño y viernes de puente escolar. Los carriles estaban bastante desiertos.

Antes de empezar mis largos he sabido que una compañera del curso ha perdido a uno de sus mellizos. Siete meses. Siete meses imaginando su carita, buscándole nombre, comprándole ropita y pensando en cómo iba a apañárselas con dos bebés. Pero ya sólo tiene uno. Triste y solo. Y en casa se encontrará ahora con cunas dobles, carrichoches dobles y ropita rosa y azul. Pero el azul lo usará su niña.

Mientras nadaba iba pensando en las posibilidades, en el destino, en la tristeza y en la suerte. Guisantito ha de comprender que no todo sale siempre como esperamos y que en ciertos momentos no sirven ilusiones ni rezos, sólo fortaleza para tirar "palante".

Hoy el frío acerca la parte más melancólica de la Navidad: los recuerdos. Cada cual va sumando con los años experiencias tristes y quien llega nuevo al mundo habrá de vivir las suyas propias. De nada sirve esconder la cara triste de la vida. Afrontar las circunstancias difíciles desde pequeños sin paños fríos ni mentiras nos hacen, ojalá, más fuertes.

Me gusta decir la verdad a los niños. Hay formas y formas, eso es cierto, pero la verdad, incluso cuando es traumática, no debe evitarse. Abuelo, ¿dónde estás? interpreta una realidad dura y más desde la perspectiva de los más pequeños: la pérdida de un ser querido.

Ante un divorcio o una muerte, los niños tienden a sentir culpa y ciertos remordimientos. Para ellos son el centro mismo del mundo, todo gira alrededor de su ombliguito y la conclusión más fácil a la que llegan es que cuando un suceso así acontece, ellos han tenido algo que ver.

El protagonista de esta historia no es distinto, sufre al no encontrar a su abuelito a la vuelta de una excursión. Primero piensa que está jugando con él al escondite, pero al saber que ha salido de viaje, un viaje muy muy largo, comienza a recordar cómo ha habido veces que no ha actuado como debería. Piensa entonces que su abuelo puede haberse enfadado porque siempre se mete el dedo en la nariz, le roba la dentadura postiza y se equivoca con las sumas. La madre, al comprender que la mentira le está haciendo más daño a su hijo que la dura verdad, decide explicarle qué ha sucedido.

Nos dejamos llevar por una visión de adultos (sosos, poco creativos, marcados por las convenciones, con miedos constantes) y olvidamos que los niños tienen una casi ilimitada capacidad de aceptar la realidad. Son muchos más flexibles ante los cambios. Querer evitarles siempre el dolor puede convertirlos en cobardes o peor, en incapaces para tolerar la frustración y la tristeza.

A pesar del tono trágico de fondo (que el adulto capta de manera más intensa que el pequeño) Elisa Mantoni ha tratado con fresca originalidad tanto su forma como su contenido. Las ilustraciones son monísimas. Nos ha encantado la cabeza del personaje (¡parece una calabaza!) y la naricilla de su querido perro resulta encantadora. La técnica de ilustración me ha encantado gracias al montaje sorprendente de elementos en sus páginas.

Muy recomendable, sin duda.




BS: I don´t sleep well, Hello Safaride


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Abuelo, ¿dónde estás?
Elisa Mantoni
Everest, 2010

jueves

Islas azules

Tengo unas ganas tremendas de ver el mar. Son ya meses sin su olor dulzón, su turquesa calmo, las arenas niñas... Hoy ha sido el día de "La isla de los cangrejos violinistas" y Guisantito ha escuchado en mi voz la historia de Xavier Queipo con la boca abierta. 

Una sociedad sin prisas se nos aparece en este relato. Sabios ancianos, quehaceres primitivos y la naturaleza como lugar de juegos. La pequeña Moi revoluciona la isla alimentando a los cangrejos. Un capricho de la joven será el motivo de la transformación de toda una tribu. Historia curiosa y bella, qué duda cabe. 

El peque se ha embelesado por el sonido de palabras que ni siquiera de grande escuchará: maragotas, juereles y barracudas, yuca, malanga y mandioca. Leídas de corrido ya provocan un ritmo particular, un ritmo que no es nuestro y que nos cautiva como un idioma extraño oído por primera vez. Imagino que Guisantito lo escuchará así ahora todo, como nuevo y mágico. Está aprendiendo a reconocer los sonidos y asociando emociones. 

No hay relojes ni automóviles en estas páginas. Las escenas nos son ajenas pero atractivas, sencillas pero envolventes. Jesús Cisneros ha sabido lograr una armonía cromática que nace de la sencillez: tres colores y pocos matices, fondos arena, detalles tribales, degradados llenos de equilibrio... Cuando es el azul el que combina con los tonos tierra, el ojo se nos llena de costas de ensueño. 

A Guisantito le han encantado los peces y los cangrejos. A mí las orillas y los bombachos. 

¡Quiero llevar a Guisantito a ver el mar! 






BS: Estambul, Caravasar



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La isla de los cangrejos violinistas
Xavier Queipo y Jesús Cisneros 
OQO, 2009





miércoles

Mañanitas de San Juan

Serán las hormonas revolucionadas que en este momento me dominan o quizá sea el cansancio que esté haciendo de las suyas. Sea como fuera, a pesar de conocer desde cría la historia de Tristán e Iseo (o Isolda, como prefieren llamarla otros), al llegar a las últimas páginas rodaban lágrimas por mi mejilla. Qué sensiblona estoy. Ayer sufrí tal ataque de risa en danza del vientre que hasta lloré y hoy lloro y no de risa. Qué cosas.

Lo cierto es que en esta versión de la historia Béatrice Fontanel trata con delicia cada detalle. Es fácil poner voces a las intervenciones de los personajes y la narración permite asombrar a Guisantito con silencios dramáticos y entusiasmos varios. Una cosa me queda clara tras la lectura: voy a leer muchas historias de dragones para él (¡le encantan!).

Los dibujos de Aurélia Fronty están llenos de detalles que encandilan a Guisantito. Yo me quedo con el colorido, unas veces gaugueano, otras mironiano. No miento si confieso que me he atado a sus rojos, naranjas y turquesas sin pestañear. Qué extraño poder emerge a veces de los colores planos.



Esta obra sin duda volveré a leérsela a Guisantito. Ya entonces tendrá nombre y hablará, pero yo querré seguir leyéndole amorosamente como si aún lo custodiara en mi panza.

Cierro esta reseña con un apunte de mujer encinta.
Qué alegría, a mi edad, conocer en carne propia el ardor. Gorditas del mundo, si conocéis algún remedio que funcione decídmelo (la leche blanca ni la mencionéis, sólo pensarlo me dan náuseas).


Banda sonora: Cascanueces de Tchaikovsky






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Tristán e Iseo
Béatrice Fontanel y Aurélia Fronty 
Edelvives, 2010