lunes

Bandadas de pájaros

Hasta ahora había sido un secreto, pero ayer me confesé por primera vez y hoy lo hago público: me pueden las bandadas de pájaros. Me emboban, me prendan, me hipnotizan. No seré la única, pero no dudéis que si lo admito en voz alta es porque la cara que se me queda es de absorta adoración. No conozco a nadie a quien le ocurra con tanta intensidad. Como a una niña se me entreabre la boca enmudecida y los ojos de par en par me brillan como si estrenaran el mundo. Es fascinante contemplar un conjunto de aves volando juntas, con la fuerza del grupo, azotando el cielo, desplazándose como seres superiores sobre nuestras cabezas. Soy capaz de descuidar cualquier actividad que me ocupe llegando a ser peligroso si es el volante lo que tengo entre las manos. Cuando voy conduciendo sola, especialmente entre los campos vacíos que encuentro cuando sobrepaso Jumilla, me gusta tocar el claxon para ponerlos en movimiento. Al menos es lo que deseo cada vez que veo un gran número de pájaros cotilleando en lo alto del cableado. No siempre me atrevo, es cierto, y menos si va durmiendo en el asiento de atrás el pequeño tigre Guisantito.

No queda mucho para convencer a Álvaro que provocar el vuelo en masa puede ser la más hermosa imagen en movimiento. Haremos palmas, bajaremos la ventanilla y gritaremos, bailaremos tontamente hasta conseguirlo. Porque las bellas manías deben ser heredadas con el encanto de la inocencia, como un ritual de descubrimiento de lo bello en grandes dosis instantáneas. Quizá Guisantito ya me intuye el rito aún no transmitido y por eso escuchó atentamente las palabras que mi imaginación añadió a "Piccolo y Nuvola", un álbum ilustrado de Emilio Urberuaga sin ningún contenido textual. Todo ilustración, este título sorprenderá por la sencillez de su composición y de cómo logra emocionar sin el uso de la palabra. El simbolismo, la fuerza del blanco y el negro y la capacidad de regalarnos todo un paradigma mediante nubes y pájaros, hacen de este libro un acierto editorial de Narval. Me sorprendió que el peque atendiera hasta la última página (no intentó comerse ninguna, ni lo cogió para girarlo, ni nada). Escuchó apaciblemente cómo yo ponía nombre a los cielos surcados por nubes negras, pájaros curiosos, aviones de guerra, humo de sucias fábricas o ruidosos barcos. Fue tremendamente hermoso ternerlo sentado sobre mis rodillas y descubrir que soy capaz de calmar sus ganas de juego a través de un libro hermoso una vez más. Y sé, vaya si lo sé, que conforme pasen los meses la lectura se hará más intensa, más voluntaria, más buscada. Ahora es sorpresa, color, curioseo, pero poco queda para ser un placer, un regalo, un rito.



Y Carlos Vudú ambientando

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